A punto de terminar el primer capítulo de mi recién estrenada nueva vida, vuelven las preguntas, la incertidumbre, en definitiva, el miedo al "¿y ahora qué?", reflexión que se está conviertiendo ya en costumbre.
Odio esa sensación, tan conocida por mí, de tener que cerrarle las puertas a experiencias que me han aportado grandes satisfacciones. Pero, como era de esperar, todo lo vivido permanece en forma de recuerdos. Un nuevo lugar que recoger en el libro de mis vivencias ya está a punto de formar parte de mi ayer. Es triste, muy triste, que algo se acabe y, más aún, ser consciente de ello.
Hace unos meses estaba muy perdida, me sentía víctima de un destino desconocido en un lugar realmente inhóspito. Pero ese lugar poco a poco me ha ido dejando un nuevo hogar que ahora siento perder. He vivido experiencias semejantes, pero de pocas he aprendido tantas cosas de mí misma como en esta última que ya está próxima a expirar. Es difícil empezar en un sitio que no has escogido y llegar a él sola, sin que nada ni nadie te espere. Pero es bonito saber que de cualquier experiencia, incluso de aquellas que no has planeado, uno siempre gana más de lo que pierde, aunque al principio ni te lo imagines.
Ésta es mi historia, la de alguien que ha aprendido a aferrarse a los pequeños detalles que hacen que la vida valga la pena, aún en situaciones que me ha tocado vivir sin yo desearlo. Y es que ahora sé que soy de esa parte del mundo que no se siente de ningún lado y sí de todos. Ahora pienso que todo lo que he vivido forma parte de mí, de eso que soy yo y me identifica y sin lo que no sería la que soy. Indudablemente, he aprendido que al final de cada viaje en la vida siempre queda nuestro rastro y que no podemos privarnos de lo que cualquier experiencia nos aporte, porque entonces sentiremos que hemos vivido en la más absoluta nada.
Me siento afortunada de saber valorar todo lo que encuentro a mi paso, de lo que descubro, de lo que me sorprende. Y no pienso dejar de buscarlo, añorando lo que he vivido antes. Cada día, cada rincón, cada persona me enriquecen más y más. Y aunque me aleje, me quedará la alegría de saber que he estado allí y que he sido feliz.
ÍTACA.
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
( Konstantino Kavafis)