miércoles, 27 de enero de 2010

EL PODER DEL LENGUAJE

El SIMBOLISMO fue una corriente artística de fecundo éxito a finales del siglo XIX que surgió como reacción al realismo (representación exacta del mundo) entre los "poetas malditos"-en el ámbito literario- y que supuso la entrada en la palestra literaria de parnasianistas, decadentistas y modernistas, siendo posteriormente una importante fuente de imágenes para la vanguardia de tintes surrealistas y vinculada al Psicoanálisis. Con la literatura simbolista el lenguaje alcanza una de las más importantes cimas de la libertad creadora, equiparable sólo a la hazaña culterana de las letras en el siglo XVII, con la puesta en práctica de una de sus funciones más hermosas: la de ser el medio de expresión del estado de ánimo, de las emociones y de las ideas del individuo mediante los símbolos, sin hacer referencia directa a la realidad ("Ainsi, dans cet art, les tableaux de la nature, les actions des humains, tous les phénomènes concrets ne sauraient se manifester eux-mêmes ; ce sont là des apparences sensibles destinées à représenter leurs affinités ésotériques avec des Idées primordiales",Manifiesto simbolista , Jean Moréas). Se trata, pues, de una corriente literaria subjetiva, que concibe el mundo como una trama misteriosa que presenta correspondencias entre los objetos que lo forman. Debemos a los simbolistas la proclamación de la imaginación como la forma más auténtica de intepretar la realidad.


Los que nos declaramos amantes de las palabras, los sintagmas, las frases,etc. analizamos el lenguaje obsesivamente tratando siempre de descubrir los secretos del alma. En efecto, el poder del lenguaje es realmente determinante a la hora de definir, no ya la realidad, sino el pensamiento. La teoría de los lenguajes inconscientes demuestra que la elección de un determinado término y no de otro, dentro de la amplia gama de posibilidades en la escala de sinónimos, implica determinadas actitudes y no otras. En este sentido, un profundo conocimiento lingüístico ( no me limito a la gramática, me refiero también a las nuevas disciplinas que han supuesto la revolución comunicativa de las ciencias del lenguaje con la incorporación de la perspectiva pragmática) puede llegar a ser uno de los instrumentos más eficaces a la hora de analizar el pensamiento de alguien y conocer la verdadera intención comunicativa de un mensaje.

El amor está cargado de una simbología cultural que el lenguaje presenta en unidades léxicas descifrables o no y que son siempre utilizadas con la finalidad de sugerir, de dejar caer, de "abrirse el alma" y desnudar los sentimientos. No es necesario ser un experto en el arte de las palabras para interpretar ese lenguaje especial pero sí es mucho más fácil reconocer las estrategias empleadas para decir lo que encierra el corazón. La cuestión se complica cuando el léxico utilizado se tiñe de connotaciones subliminales y se escribe con la letra pequeña, comportándose de manera "oculta" - utilizo este término asumiendo todos y cada uno de los matices que tal adjetivo adquiere en el lenguaje de la filosofía-, pero es entonces cuando la labor de descifrar su significado alcanza un nivel verdaderamento mágico, o al menos así me lo parece a mí. Otras veces, ese lenguaje es mucho más amplio y su vocabulario no se limita a las palabras, va más allá. El silencio es un "sublenguaje" cargado de significaciones, aunque su acertada comprensión supone una labor mucho más compleja. La no respuesta implica callar la verdad o querer expresar otra verdad distinta a la esperada, pero siempre creando la expectación ante el desconocimiento, aumentando con ello el deseo de averiguar lo que realmente guarda para sí el pensamiento. La mentira es en algunos casos otra forma de silencio puesto que, al enmascarar la realidad, se silencia lo que no se quiere reconocer, dejando tras de sí todo un amplio abanico de posibles interpretaciones. Ampliamente significativo en este sentido son las manifestaciones del lenguaje no verbal. Las variaciones en el tono de la voz son altamente dennotativas en la expresión de los sentimientos, la mirada guarda todo un código de significados perceptibles en la mayoría de los casos, los gestos hablan muchas veces más que las palabras, ciertos comportamientos o reacciones dan respuesta a muchas preguntas.

En el juego de la seducción todo vale, las palabras van y vienen vistiéndose con mil argucias para despertar determinadas sensaciones en el receptor, pero, al mismo tiempo, están manifestando determinadas intenciones por parte del que emite el mensaje. Llegado un momento, ya no es tan importante lo que se dice, si no por qué razón se dice. El receptor sabe qué le están queriendo decir, porque conoce ese código de símbolos y puede proceder a su descodificación, pero lo que no puede saber firmemente es cuál es el objetivo, la intención real porque la apariencia no es siempre fiel a la verdad. A veces, incluso el emisor puede desconocer la causa de su propio comportamiento hallándose sepultada bajo el inconsciente. En este lenguaje de verdades a medias uno puede conocerse a sí mismo o tratar de conocerse para autocomprenderse, pero lo que no puede conseguir es comprender totalmente al otro, algo todavía más imposible cuando acechan las dudas y empiezas a sentirte, en cierto modo, engañado, lo que acaba por destruir la magia creada. Y es ahí cuando recibes el golpe.

A partir de aquí, dos caminos se abren: recurrir al lenguaje explícito para conocer la verdadera historia o perder el interés y olvidarse de ella. Aunque siempre queda una tercera opción: seguir esperando y sufrir.